¡Democratizar todo!… y La Bastilla reemplazó a La Cruz

Poncio Pilato plebiscitó el destino de Cristo… y fue crucificado. Tras casi 2000 años desde esa fecha, clímax de la historia, los «cristianos» han rechazado los pesados maderos de la cruz, para cargar con una ligera, cómoda, plural, igualitaria y tranquilizante democracia.

¿A quién le importa que esté ebria de sangre? «Total, los muertos de la revolución eran enemigos de la libertad, se creían dueños de la verdad y no eran más que los guardianes de la desigualdad y el absolutismo». ¿Que se la presente como la panacea definitiva a todos los males de la sociedad, sin importar su índole específica?

Este mito es insoportable: La democracia no es la solución a todos los problemas.  ¡Qué mesianismo! ¡Y dicen que no es religión! Esa fe me la guardo para Cristo, no para una forma particular de organizar el Estado y la sociedad (aunque digan que es una «forma de vida»).

La sociedad no va a superar sus problemas porque se «profundice la democracia» -democratizándola-. Si nos decimos cristianos, entonces debemos estar seguros de otra cosa: que los superará al CRISTIANIZARSE. El problema es que en el credo demócrata la cristiandad es, en el mejor de los casos, recluida a un asunto privado, porque en la vida pública «genera males». Responsabilidad, no convicción…  ¡Cómo si el designio de Dios pudiera ser contrario al Bien Común!

Seamos sinceros: Su confianza para solucionar los males no está en Cristo, sino en la democracia. Cualquiera que diga algo contra ella es anatematizado con improperios varios, mientras que si dice algo contra la fe, «está en su derecho».  Ello muestra las prioridades. Y se dicen cristianos. Esquizofrenia y autonegación. Su religión es la democracia, la mayoría su dogma. En su interior, La Bastilla reemplazó a la Cruz.

Kefrén

Columna aportada voluntariamente. El contenido de esta columna puede o no concordar con las opiniones de los editores de «El Sarcófago». (N. del E.)